Hay pocas cosas que importen tanto y tan poco, como tu nombre.
Tu nombre es la palabra por la que la gente te llama, pero no por lo que te conoce.
Al final, tu nombre es una caja vacía que vas llenando de contenido a medida que avanzas por la vida. Lo llenas de buenas y malas percepciones que acaban siendo asociadas a esas letras o palabras que llamas nombre.
Lo importante no es como te llamas, sino lo que eso significa para la gente que te conoce... y para la que no.
El nombre es como una etiqueta que encapsula ideas complejas, sentimientos, referencias y significados, que nos ayudan a explicar al mundo quienes somos, qué hacemos y por qué somos importantes para ti.
Iván, mi nombre. ¿Cuántos Ivanes conoces? Seguramente muchos, pero Iván de Branzai, seguramente ninguno. No es mi nombre lo que me identifica es la asociación que se ha creado con un contenido concreto. Para bien o para mal.
Así que el nombre me ayuda a determinar e identificar lo que soy, pero también lo que no soy. Es decir, el nombre me proyecta para lo bueno y para lo malo.
Al final nuestro nombre es como una pequeña mochila que vamos llenando de cosas buenas y cosas no tan buenas que arrastramos por el camino. Y es cierto que una mochila no determina el camino que recorremos, pero sí condiciona la velocidad a la que lo hacemos.
Y en ese punto, a veces es importante preguntarse si para recorrer nuevos caminos, necesito cambiar de mochila o no.
Esto es a lo que muchas PYMES y compañías se enfrentan a diario, a determinar si en una nueva etapa competitiva, vale la pena cambiar de mochila o no.
El pánico a cambiar de nombre:
Está claro que a veces las decisiones son muy claras, si te llamas Vascogallega de Consignaciones y quieres internacionalizarte, es complicado. Si te llamas Impladent y quieres hacer algo más que implantes dentales… mucho tendrás que contar. O si eres Luis Dominguez e Hijo y necesitas mostrar que eres líder de una categoría.
Ahora bien, si ahora eres Kaleido, o Vivanta, o Afina, son nuevos espacios en los que crecer sin limitaciones y construir un nuevo futuro a tu medida.
Pero el miedo siempre es atroz a cambiar el nombre, porque creemos que todo lo que hemos construido lo vamos a perder. Y ese sentimiento sólo se debe al desconocimiento que hay detrás de un cambio de nombre.
Todo nombre tiene un Equity, es decir un valor construido y reconocido en el mercado. Aunque en realidad el valor lo tienes tú, no tu nombre. Tú eres quien ofrece el valor, tu nombre sólo le pone la etiqueta.
Por lo que el valor no lo perdemos si somos capaces de hacerlo correctamente. Y hacerlo correctamente implica tener un Plan de Migración.
Calgonit ahora es Finish, Segundamano ahora es Vivoo, os suena?
El ser humano necesita 21 días cambiando de rutina para acostumbrarse a un hábito. Las Marcas necesitan lo que digan los indicadores de medición.
Un cambio de nombre no debería suponer ningún problema siempre y cuando:
1.
El nuevo nombre nos ayude más a conseguir nuestros objetivos estratégicos que el anterior.
2.
Que tengamos un plan de migración pensado y un plan de comunicación para nuestras audiencias principales.
3.
Que el cambio no sea brusco y que tengamos paciencia.
4.
Que dispongamos de un plan de medición para entender cuando nuestras audiencias ya nos identifican como queremos.
Pero el error de muchas PYMES, y muchas empresas que nacieron con un nombre que hoy no les ayuda a competir, es pensar que cambiar eso es destrozar tu pasado, o renunciar a algo que te trajo hasta aquí.
Y sí, tienen razón, es renunciar a algo que te trajo hasta aquí, para poder emprender un camino que te lleve más lejos de dónde has llegado hasta hoy.
Por lo que si existe una buena razón, estratégica, que te ayude a conseguir de forma más sencilla y eficiente tus objetivos de negocio… no lo dudes. Tu nombre es sólo tuyo en la medida que lo construyes. Uno nuevo también.
En fin, valientes es vuestro turno.
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